Arqueóloga, profesora, política, escritora y directora del Museo del Teatro Romano, Elena Ruíz Valderas ha vivido en Cartagena prácticamente toda su vida, una ciudad en torno a la que despegó su carrera profesional y en donde no ha dejado de florecer. Rodeada de muros que rezuman historia, del polvo de las excavaciones y de los libros que hoy llenan los estantes de su despacho, cuenta todo aquello de lo que sus brunos ojos han sido testigos. Con una mirada soñadora e inteligente tras los cristales de sus gafas, la arqueóloga y, desde el año pasado, miembro de la fundación de Estudios Históricos, demuestra una vez más que en el Teatro Romano los límites entre la pasión y el trabajo se difuminan entre la bruma. 

Elena Ruíz Valderas sentada en la primera grada del teatro

El Museo del Teatro Romano de Cartagena es uno de los atractivos más importantes de la ciudad, aspecto que ha sido posible gracias a la actuación de personas como su actual directora o, como ella misma apunta: “con una apuesta importante de las instituciones, tanto del ayuntamiento de Cartagena como la comunidad autónoma de la Región de Murcia y la Fundación Cajamurcia”. El Teatro ocupa una gran parte de la vida de la arqueóloga, pero su vinculación con la ciudad portuaria se remonta a bastantes inviernos atrás. Confiesa que, desde los albores de su juventud, se ha dedicado a desenterrar y estudiar las ruinas de una ciudad en plena ebullición. 

Una aproximación personal a un espacio dedicado a la teatralidad y propaganda

Ruíz Valderas ha participado en numerosas excavaciones, aunque sin duda es el proyecto del edificio que hoy dirige el que la ha visto crecer. El Teatro Romano se empezó a excavar en el año 1990. Era un proyecto en el que el equipo se embarcó con ilusión, pero sin esperar un resultado de tal magnitud. “Ni siquiera éramos conscientes de hasta dónde podíamos llegar”. La arqueóloga rememora los primeros años de excavación y cómo ha evolucionado todo. “Al principio los medios eran muy limitados. Alguien se acordará de vernos debajo de una sombrilla, solamente con una mesa, en pleno verano. Pero luego, en la fase final teníamos una caseta donde trabajábamos con los planos y en mejores condiciones”. El monumental edificio ha sido objeto constante de gratas sorpresas. Desde la inscripción de Lucio César, que confirmó que el teatro se había levantado en conmemoración de los dos nietos de Augusto, hasta los altares de la triada capitolina, el yacimiento fue alimentando las expectativas del equipo, que cada vez eran mayores. “La aparición de los altares fue en pleno mes de agosto. Llegados a este punto, te puedo asegurar que se celebró por toda Cartagena: ¡Que han salido unas piezas maravillosas!, gritaban. Otros compañeros nos decían: eso lo habéis puesto ahí vosotros para poder firmar un convenio. Pero además de dar con las piezas de Juno y Minerva, en octubre comenzamos otra excavación y a los diez minutos de empezar nos apareció la tercera”, cuenta.

Hallazgo del altar del águila en la excavación de 1996

La ciudad cartagenera es como una caja de bombones, de sabor intenso, pero sorprendente. Aquel que camina por sus calles, enriquecidas por sus fachadas modernistas, no se espera que, al girar la esquina de la Calle Cañón y en la cima de la Cuesta de la Baronesa, las puertas del teatro romano y la Catedral Vieja se alcen desafiantes. Así pasa también con sus restos arqueológicos: nadie se esperaba que un edificio tan monumental como el Teatro Romano hubiera podido pasar desapercibido tantos siglos. Si esto ha podido ocurrir es porque se construyó en una zona que ha estado poblada de manera continua. 

A mediados del siglo segundo, el teatro sufrió un incendio que hizo que se quemase la tarima del escenario. El fuego debió de alcanzar el tornavoz, que era una estructura de madera que hacía de techo, provocando la caída de las tejas y otros materiales. En este momento, las élites romanas de la ciudad no tenían el poder adquisitivo necesario para llevar a cabo una buena restauración. La época dorada se había dejado atrás. Con el incendio, el edificio entró en decadencia y con el paso del tiempo quedó enterrado bajo diferentes capas, entre las que destacan tanto la bizantina como la islámica o incluso la bajomedieval. “El teatro estaba en desuso, pero era una cantera maravillosa para hacer un nuevo edificio, de forma que ese es el casi el milagro de que buena parte del teatro se conservara”. En el siglo quinto, el edificio experimentó una rehabilitación comercial. La estructura teatral fue transformada en un mercado: “en el lugar donde estaba el escenario se planificaron una serie de tiendas alargadas. Tenían que salvar el foso de la tramoya, por lo que metieron en los cimientos todos los elementos arquitectónicos de la fachada escénica monumental – la cual desmontaron -. En resumen, se hizo un pedazo de edificio comercial que, sorprendentemente, ayudó a conservar el monumento”. 

El Teatro Romano de Cartagena en 1997

El antiguo púlpito del teatro, al que hoy se puede subir gracias al trabajo del museo, aguantó en su día las pisadas de músicos, bailarines, actores y un gran etcétera. El carácter cínico de Séneca lo llevó a comentar en alguna ocasión que había más gente sobre el escenario que en él público. No obstante, Ruíz lo desmiente con una carcajada “imagínate entrar por el escenario y tener sentados en frente a siete mil espectadores, que eran toda la sociedad romana”. Añade “Séneca no debía de estar muy contento con aquellos que gestionaban los espectáculos teatrales, porque a él no le estrenaron su tragedia”. Cartago Nova estaba en todo lo suyo en la época de Augusto. Un brillo especial ilumina la mirada de la directora del teatro cuando asegura que las modas ya existían hace milenios. “Un buen romano de Cartago Nova seguía las modas. En la ciudad había una afluencia de ideas y cultura maravillosa, pues más allá de las comedias y tragedias tuvo mucho éxito el mimo y la pantomima. Con el mimo, además, entra la mujer como actriz, porque antes los personajes femeninos se hacían por actores masculinos con máscaras. No veas el juego que dio”.  

Mosaico que representa las máscaras teatrales de la comedia y la tragedia

Conforme avanza el minutero del reloj que se dibuja en la esquina derecha de la pantalla, la conversación fluye y la arqueóloga se adentra en un mundo que ya conoce muy bien y del que incluso ha escrito algún libro; un mundo que ha estudiado tanto que conoce incluso las estrategias y la forma de pensar de los grandes emperadores. Hace hincapié en la magistral obra de propaganda que dicha arquitectura romana representaba y compara el teatro con una gran televisión que era vista por 7000 espectadores a los que se les podía trasladar mensajes de todo tipo.

“Cualquier ceremonia política o religiosa era visible por toda la sociedad”

“El que estaba en el teatro romano ya veía directamente que Cayo y Lucio eran hijos de Augusto y nietos del ‘divino’, que era Julio César. Esto ya está creando esa promoción de los jóvenes que iban a ser los próximos emperadores. También las esculturas de Apolo, que estaban en la fachada escénica, trasladaban al público: este es el Apolo que me ayudó a mí a vencer contra Marco Antonio y Cleopatra, el apolo de la victoria, que también protegía a todos los artistas que estaban sobre el escenario”. De esta forma, el teatro representaba una nueva arquitectura del poder.

El Teatro Romano permaneció cerrado desde marzo a junio de 2020. ¿El motivo? La pandemia global

No es ningún secreto que la pandemia global y el cierre de fronteras ha alterado el flujo turístico, el funcionamiento de los museos y también las excavaciones. A pesar de todo, no ha afectado a todos los museos por igual. El Museo del Teatro Romano, con Elena Ruíz Valderas al frente, ha optado por crear seguridad y confianza al que lo visita y las visitas a su página web han crecido un 64%. La arqueóloga nos revela que el Covid-19 fue un duro golpe para el museo y para un futuro proyecto que tienen en mente desarrollar: la excavación del pórtico del teatro, pero la directora está decidida a seguir adelante con el que podría ser el nuevo gran hallazgo de la ciudad portuaria. Los monumentos teatrales en la antigüedad no solo tenían el edificio del espectáculo en sí, sino que muchos, incluido el de Cartagena, tenían un espacio posterior que, según las fuentes, podía guarecer a la gente si llovía o si querían dar un paseo, ayudaba a la puesta en escena de los actores e incluso podría servir de almacén. Es esta parte del edificio la que la arqueóloga quiere sacar a la luz. “Este espacio tiene la virtud, no solo de ampliar la investigación y recuperar patrimonialmente esta parte del monumento, sino que, además, al hacer un sondeo vimos que uno de los sectores tenía dos habitaciones con pintura mural”, cuenta la arqueóloga haciendo especial hincapié en las últimas palabras.

Imagen virtual del teatro romano de Cartagena, en la que se puede observar el pórtico

Por otro lado, no todo es negativo. “El público que actualmente está siendo fiel a los museos es un público de bastante nivel cultural, por lo que su comportamiento dentro del museo es muy fácil de llevar. Ellos mismos se separan por familias, guardan la distancia de seguridad… Hemos disfrutado mucho las actividades que realizamos. Ahora al ser grupos reducidos, se incorporaban los padres y los abuelos también y eso ha sido muy satisfactorio. Nos ha hecho ver las ganas de disfrutar, de reír y de vivir que tiene la gente”. Ante la crítica situación que hoy vive la cultura en la ciudad cartagenera, el museo y su directora son conscientes de que van a tener que poner el reloj a cero y comenzar a redefinir todas las líneas de trabajo. Un reto emocionante para una profesional apasionada.

 

Elena Ortuño Vidal
Elena Ortuño Vidal es estudiante de historia y periodismo en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Aunque nacida en Torre Pacheco, es cartagenera de corazón. Entusiasta de la historia, el arte y la escritura, dedica su tiempo libre a otra de sus grandes pasiones: la música.