CARTAGENA CONTEMPORÁNEA

Los dos siglos más contemporáneos a nuestra época corresponden al siglo XIX y al siglo XX. Se trata de unos 200 años de historia en los que se van alternando periodos de decadencia e inestabilidad, con otros de enorme  trascendencia y auge económico para la ciudad portuaria.

En lo que se refiere al siglo XIX, Cartagena viene de haber levantado en el siglo anterior un complejo defensivo muy completo y eficiente, consolidándose como base militar. Por tanto, en estos primeros años cuando se inicia la guerra de independencia contra los franceses, Cartagena desempeñó un papel destacado consiguiendo mantenerse independiente de las tropas napoleónicas. Acabada la guerra, la decadencia de la Marina afectó consecuentemente a la economía de Cartagena, aumentando drásticamente el paro y la pobreza en la ciudad. Por el contrario la participación de la población en la vida política fue en aumento, especialmente motivada por los movimientos obreros y revolucionarios. En mitad del siglo, la minería de la Sierra de la Unión permitirá una mejora de las condiciones económicas que será truncada por la inestabilidad del gobierno nacional. La sucesión de cambios en la administración y el territorio llevará consigo la creación de una serie de municipios por todo el término de Cartagena, como el Algar, la Palma, Pozo Estrecho o Alumbres, de los que sólo sobrevive como tal La Unión. La proclamación de la República y la Sublevación Cantonal en 1873 son los hechos de mayor repercusión en esta centuria, donde Cartagena se compondrá como un Estado independiente, capaz de resistir durante meses los intentos centralistas de acabar con el cantón, llegando al intento de anexión con los Estados Unidos.

En lo que se refiere al plano urbanístico, el crecimiento económico a partir de la mitad del siglo, va a traer de la mano un enriquecimiento de la ciudad plasmado en la renovación del casco antiguo, la edificación de edificios de enorme valor arquitectónico, y una modernización de las infraestructuras y servicios, implantándose el sistema de alumbrado urbano y nuevos medios de transporte, como el tranvía.. Las limitaciones que suponía el Almarjal y las necesidades del propio casco urbano provocaron que la laguna se sanease y se emprendiera la construcción de barrios y diputaciones en su periferia, como Los Molinos o Los Dolores. Además, en el campo se levantaron zonas agrícolas, mineras e instalaciones industriales.

Sin embargo, todas estas innovaciones quedarían concentradas en lugares concretos favoreciendo la consolidación de zonas marginales, el abastecimiento de agua nunca se logró de forma estable, y la riqueza y el nuevo orden político fruto de la Restauración quedaron concentradas en un grupo de personalidades notables principalmente de familias forasteras, cuyos vicios y chanchullos caracterizaron también la política nacional.

Así, con estos aires de crecimiento y abundancia, en una etapa que se ha denominado “El Modernismo”, entrabamos en el siglo XX. Parecía haberse dejado atrás la pobreza y el deterioro urbano que se habían producido después de la sublevación cantonal, y ahora la ciudad respiraba aires de cultura. Se abrieron multitud de establecimientos y cafés que capitanearon las actividades culturales e intelectuales de la época, y se inauguraron edificios públicos costeados muchas veces por manos privadas. El Plan del Ensanche comienza su procesamiento y se derriban las murallas de la ciudad.

No obstante, la situación no era precisamente fecunda, aunque lo pareciera. La desigualdad social y económica cada vez era más fuerte, hasta el punto que se llegaron a formar serias revoluciones de obreros y mineros que se abalanzaban contra las élites, que además habían aplicado en Cartagena sistemas tan escandalosos como el caciquismo.  El golpe de estado que el general Primo de Rivera comandó en 1923 tuvo su principal eslogan en la destrucción de esas clientelas políticas. A base de obras públicas, que en Cartagena quedaron representadas por la actividad del alcalde Alfonso Torres, se pretendió recuperar la situación económica, que en los últimos años había ido en detrimento. Sin embargo, el fracaso de las políticas de la Dictadura la sentenció, abriéndose un nuevo periodo republicano para el devenir del país en 1931.

Las tensiones políticas y la violencia, que alcanzó niveles preocupantes con el paso de los años, llevo a la sublevación de parte del Ejército y a la Guerra Civil, en la que Cartagena siguió fiel a la República, convirtiéndose en la última ciudad por ser ocupada por las tropas sublevadas. A los bombardeos incesantes y los arrestos contra simpatizantes de la causa enemiga, se sumaron las represalias y las penurias durante la posguerra. Con la consolidación del régimen, Cartagena vuelve a poner en valor su carácter militar, esta vez como base de la flota de submarinos. Tras el restablecimiento de cargos públicos en altos mandos del ejército, como el Almirante Bastarreche, Cartagena vivió una reconstrucción urbana,  en la que destacan la Refinería de Petróleo, la llegada de los Canales del Taibilla, y fortalecimiento de su economía, recuperando la minería, industria naval y el comercio.

Después del fallecimiento de Franco, las primeras elecciones municipales democráticas en Cartagena dieron como vencedor a Enrique Escudero de Castro, del partido socialista, abriéndose una nueva etapa  de modernización, estimulada por el turismo, donde se aceleraría la agricultura y la comercialización.

 

Bibliografía

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